CRUZ MARCOS: Una mirada a los inicios de su estética

La relación del escultor Cruz Marcos con la naturaleza fue precoz, consecuencia inmediata de su inmersión biográfica en un medio rural; no necesitó, pues, ningún deslumbramiento para saber mirarla y comprenderla. Lo que sí ha deslumbrado a Cruz Marcos, desde temprana edad, ha sido el espectáculo del arte, su disfrute primero y después su ejercicio. Experiencia del arte, como contemplador entusiasmado y como artista, que encontró desarrollo adecuado en la ciudad de Toledo, a la que el escultor se vinculó muy pronto, convirtiéndola en una referencia permanente de su propia creación. Volver ahora la mirada a aquellos años de deslumbramiento, de asombro ante el misterio de las artes, y del brote del impulso creador es mucho más que una licencia, por gozosa que sea, a la satisfacción de la nostalgia. Al exhibir esas obras primeras, nos da Gabriel una oportunidad para apreciar en su justo valor las raíces de lo que ha sido una trayectoria artística ejemplar.

Mi ya larga atención a la escultura de Cruz Marcos responde a la comprobación de la elevada calidad de su obra. Seguramente, esta fidelidad del aficionado, corresponde a otra correlativa del artista, que continúa buscando tenaz, rechazando implacable lo inútil y llenando pacientemente sus abismos creativos. Ha sido en él costumbre perseguir el misterio, acosar lo intuido, romperlo y rehacerlo con un lenguaje personal. Nunca ha tenido prisa. Y nunca ha descansado. Se ciñe al arte, a cada obra, a cada etapa, con un coraje indesmayable; tiene más ambición de hallar verdades –y mostrarlas– que de enredarse en formalismos. En ese viaje al interior de las cosas (en realidad, al interior de la naturaleza) se manifiestan múltiples dificultades cuya resolución prueba la inteligencia comprensiva, definidora y expresiva del artista. Que acumula en su segura relación con lo natural un repertorio formal amplísimo, que se agiganta más aún porque Cruz Marcos comprendió enseguida que la forma sólo puede entenderse en plenitud como objeto imaginable. Entró así, muy pronto, en la tarea de concebir y depurar las formas, simplificándolas para aislar su estructura, su esencia y su sentido, en un proceso creador de tensión vigorosa, gozosamente lleno de sorpresas y de descubrimientos.

Deslumbrado, animoso, paciente, el joven escultor dedicó mucho tiempo y esfuerzo al aprendizaje. Logró de esa manera ser dueño de una técnica pulcra y poderosa, que le permitió abordar ambiciosos desarrollos formales y utilizar una gama muy amplia de materiales: barro cocido, hierro, cemento, bronce, piedra, chapa de hierro o de latón,

aluminio, poliéster…; más tarde, gres y ferrocemento. Años de creatividad impetuosa y entusiasmada. En un reto continuo, el valor y el coraje de Cruz Marcos fueron granando un obra variada y sólida, muy personal, en la que fue afirmándose un estilo característico. El resultado fue una copiosa producción que se puede clasificar en cuatro grandes temas: 1. Figuras; 2. Culturalismo prehistórico e iberismo; 3. Abstracciones naturalistas; 4. Culturalismo vanguardista. De esa primera etapa, formativa y valiente, me parece oportuno resaltar un aspecto que implica un doble mérito de Gabriel: no haber disimulado nunca su admiración y su entusiasmo por la obra de algunos grandes escultores (Alberto, Moore, Pablo Serrano), de cuyos logros se reconoce deudor, y haber logrado mantener una originalidad bravía, solitaria y decorosa.

Gabriel Cruz Marcos posee un temperamento telúrico y un elevado instinto plástico. De ahí sus grandes condiciones escultóricas, que le llevan mucho más allá de una validación estética de los volúmenes. En su escultura, no es simplemente la emoción del volumen o el patetismo del tema el que induce al espectador hacia la caricia: en su proceso de abstracción, es la potencia de las formas la que nos inclina a una experiencia táctil. Las formas, sabiamente expresadas, generándose en el espacio –y generando espacio a su vez– atraen las manos sensibles en un deseo de aumentar el conocimiento y el disfrute estéticos. Gran escultor, Cruz Marcos. Concepción clara de las obras, selección rigurosa de formas, expresión cuidadosa y resuelta. Técnica limpia, poderosa, con ilusión perfeccionista. Todo al servicio de una estética global muy ambiciosa. La mirada se goza contemplando de nuevo esas obras de sus inicios. Fueron años en los que su curiosidad se desbordaba en un afán de reconocer y traducir las bellezas del mundo. Ahora, cuando podemos mirar aquellas obras desde muy amplias perspectivas, comprobamos el acierto logrado por la inquietud y el noble esfuerzo del artista. Al que hay que agradecer, en primer término, la delicada fidelidad a su propio destino creador.

Jesús Cobo

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